Islandia

Enero 2023

En busca de las luces nórdicas en Islandia, Rodrigo V. y yo descubrimos a comienzos del 2023 el esplendor del hielo. Nos sentimos observados por su mirada gélida que obliga a admirar su extendida belleza entre mesetas, valles, montañas, acantilados y llanuras fértiles.

Me habían dicho que cuando nieva parece que se detuviera el tiempo. Y de alguna forma esa extraña calma la sentimos como una invitación a escuchar el sonido de la nada. Cuando la blancura se compacta, el crujido que producen las pisadas sobre ella es una suerte de constante de vida, también de resistencia ante la inclemencia.

Los copos de nieve, al caer, resultan imperceptibles al oído. Intentaba escucharlos quedándome quieta por escasos minutos, pero sentía mis pies congelarse; las bajas temperaturas te obligan a moverte. Copo y copo que vienen del cielo sobreviven entre pequeños colchones de aire que neutralizan la vibración de la caída. Los vimos caer al visitar algunos de los lugares más imponentes de Islandia. Las motitas de hielo se adherían a la ropa sin el menor ruido.

Comenzamos el recorrido por el Círculo Dorado por recomendación de Silvia, una chica de Estonia que atiende el hotel regalándole confianza a cada viajero. Muchos jóvenes de distintas nacionales vimos en este país atendiendo hostales, restaurantes, supermercados, cafés. 

—Un buen lugar para trabajar— nos dijo Silvia.

Siguiendo su guía, primero fuimos a Thingvellir, un parque Nacional situado a unos 45 kilómetros de la capital del país, Reykiavik. Es una herida abierta entre la tierra, que según leo separa las placas tectónicas de Noramérica y Eurasia.

La llanura está rodeada por montes que llegan a los 1000 metros de altura y forman una especie de muralla que bordea la planicie. En el año 930 D.C. se fundó allí el Alþingi, el primer parlamento del mundo. En ese lugar Islandia adoptó el cristianismo en el año 1000 y allí también nació la República el 17 de junio de 1944.

No hubo minuto, durante nuestro viaje, que no sintiéramos a la compañera helada rozarnos la piel, luego abrazarnos hasta colarse en nuestra respiración y pensamientos. La nieve avanza junto a nosotros, nos acompaña para devorarnos los pies. Se manifiesta en forma de hielo al congelar el agua de la cascada Gullfoss, que es una de las más llamativas y sorprendentes de la isla debido a su caída doble de 31 metros de altura. Un lugar mágico donde los dioses se le aparecieron a Floki, el personaje de la serie Vikingos. Y seguro allí habita una fuerza natural que impacta y asusta.

Vimos cómo la nieve invade cada resquicio de ríos y lagos infinitos que como hilitos plateados se abren paso entre las curvaturas que forma el hielo. La blancura rodea los geiser que conocimos en un sector del Valle Haukadalur, un tipo de fuente hidrotermal que emite una columna de agua caliente y vapor al aire. El que conocimos en este país lanzaba chorros cada cinco minutos aproximadamente. Caminar entre ellos es una verdadera proeza porque la nieve se congela y el peligro de resbalar amenaza.

La nieve nos acompañó hasta la orilla de la playa negra, Reynisfjara, que se encuentra en la costa sur del país. La arena es negra debido a la constante actividad volcánica. Inerme, una montaña de basalto se erige frente al mar adquiriendo una forma geométrica caprichosa: son pilares hexagonales contra los cuales chocan olas de forma constante. En ese punto, península de Dyrhólaey exhibe un enorme arco rocoso.

Durante las escasas cuatro horas de luz solar a ras del fastuoso campo de invierno en tierra islandesa, el ser de hielo se pone vestidos de colores. A la izquierda de la carretera que recorremos en auto entre la playa Reynisfjara y un pueblecito conocido como Vík í Mýrdal: la nieve es amarilla, naranja, rojo; al mirar a la derecha la luna la tiñe de lila, rosa y azul, colores pasteles que nutren de dulzura el paisaje. Resalta de repente la torres de la iglesias luterana que datan del 1929, perdida entre la inmensa blancura. Resuenan los pasos ágiles de caballos silvestres parecidos a ponis peludos, que en manada frotan sus grupas para preservarse del helaje.

La nieve lo copa todo. Rodea el faro amarillo sobre el malecón a orillas del mar en Reykiavik que visitamos cuando amanece, apenas las 11:30 a.m. Recorremos las calles de la ciudad intentando escuchar algo sobre las leyendas vikingas y los dioses nórdicos Odin, el padre de todo, dios de la sabiduría, la guerra y la muerte; Thor, dios del trueno y la fuerza; y ​Freyja, diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Pero nos vence el frío y escapamos a un café en el que conocimos a Jorge, un joven español que se fue a hacer un buen dinero por unos meses, pero que pareciera odiar el lugar por la falta de luz.

—Está bien porque el pago es muy bueno y puedes ahorrar, pero yo llego de noche y salgo de noche. Es agotador no ver el sol.

Al final del día nos reconfortamos con un baño en el Blue Lagoon, un balneario geotermal en donde los vapores de agua surgen debido a una formación de lava. Allí se hace presente  la nieve, otra vez, para congela el cabello mientras nos aplicamos mascarillas naturales de arcillas provenientes de las termas.

La nieve se impone, se cubre a sí misma y nos cubre a nosotros para recordarnos que también es protagonista, al igual que las luces nórdicas que nunca vimos, de una indecible belleza.

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